Paul Thomas Anderson toma muchas de sus experiencias personales y amores platónicos para contar una intensa y poco tradicional historia de amor situada en la década de los setenta. Licorice Pizza fue recientemente nominada a Mejor Dirección, Mejor Guión Original y Mejor Película… y no hay duda que tiene mucho que ofrecer para competir en las tres categorías, así como para dejar encantados a quienes vayan al cine.
Licorice Pizza es una historia de amor platónico entre un adolescente de 15 que va a pasar todo el verano buscando la forma de ganar dinero, y una mujer de 25 que está buscando cualquier oportunidad para salir de su aburrida vida como asistente de un fotógrafo estudiantil. Sin que haya grandes explicaciones y como si todo fuera una enorme fantasía en la cabeza del director, Alana y Gary comienzan una extraña amistad que desemboca en lo que hoy podríamos denominar como una relación tóxica… pero con un bonito filtro de los setenta.
Más allá de las preguntas incómodas relacionadas con la edad o la extraña libertad que tienen los niños y adolescentes en esta California, Licorice Pizza consigue involucrarnos por completo en la historia de amor de ambos personajes, sobre todo por la química en pantalla que Alana Haim y Cooper Hoffman le regalan a la audiencia. Claramente toda la cinta está pensada para que ambos nos mantengan intrigados por sus decisiones, pero hay un gran plus cuando consiguen que sus miradas nos atrapen entre la inocencia y la seducción, al mismo tiempo en que sus acciones los llevan por caminos separados. Ambos actores brillan por sí solos, con todo y que la película no consigue mantener su ritmo.
Digamos que la primera hora es una comedia romántica bellamente retratada, con un guion perfecto para entender a los protagonistas. Hasta este punto la historia no es una novedad, pero la forma en que se va desarrollando la relación entre Alana y Gary es impecable, con su dosis de fantasía y un pequeño drama adolescente. Pero como todo esta historia parte de las vivencias del director, hay un punto en donde Anderson coloca una anécdota que nos recuerda su amor por el cine, pero que corta abruptamente la historia de amor, para enfocarse en detalles menos relacionados a los protagonistas, lo que separa sus caminos para profundizar en cada uno de forma individual.
El cambio no resulta tan interesante como podría pensarse, pues la historia funciona mejor cuando ambos personajes están juntos; sin contar que esa anécdota y un par más parecen forzadas en relación a la historia principal. Al final, la separación sí profundiza en las personalidades y decisiones de los enamorados, pero había más emociones cuando la pareja estaba junta pasando sus problemas o viviendo el momento. Por suerte, el desenlace ayuda a entender mejor esa segunda parte de la historia.
Rápidamente, a nivel visual tenemos un diseño de producción extraordinario para recrear la década de los setenta, y una fotografía, a cargo del mismo Anderson, igual de maravillosa. Está claro el amor del director por la época, lo que nos permite sumergirnos por completo en su fantasía. A este punto hay que sumar detalles relevantes, pero que solo se pueden conocer detrás de cámaras, como que la actriz que da vida a Alana es hija de un amor imposible de Anderson en su adolescencia o que Cooper Hoffman es hijo de Philip Seymour Hoffman, quien era un actor recurrente en las cintas del director. La atención al detalle y las referencias permiten que veamos la película en un nivel más interesante.
Licorice Pizza es una comedia romántica con suficiente drama para entender por qué está nominada al Oscar 2022. Una cinta inocente y fantástica con la que es fácil conectar a través de sus protagonistas. Una historia de amor sincero, un poco tóxica, pero que en el cine se devela como algo encantador, cercano a un sueño imposible.